TESTIMONIOS
Las huellas de Minerva, Patria, María Teresa y Dedé Mirabal
SU ABUELA MERCEDES REYES DE MIRABAL (DOÑA CHEA), FUE SU PRINCIPAL CONSEJERA. CUANDO SE REFIEREN A SUS MADRES MARTIRIZADAS ELLOS LAS LLAMAN "LAS MUCHACHAS"
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“Nuestras madres... nunca volvieron”
Minerva Josefina Tavárez Mirabal
Yo tenía cuatro años cuando … Leía mucho no sé por qué, pero recuerdo que me había propuesto leer todos los libros que habían quedado en el librero de la casa de mi abuela, porque los que mi mamá tenía en su casa de casada, en Monte Cristi, fueron todos destruidos. Algunos yo no entendía lo que decían, pero igual los leía y en el mismo orden en que mi mamá los había dejado colocados.
La lectura la cultivé con mi tío Leandro Guzmán cuando estaba escondido y dormía fuera de la casa. Se había caído una amapola y él se metía ahí y yo le leía el libro Enriquillo. Él me decía “mi paloma negra” y yo le leía todos los días. Ése era mi entretenimiento.
Cuando mataron a mi papá yo tenía siete años. De la muerte de mi mamá sólo recuerdo que yo percibía que en mi casa había una gran tristeza; a mí me llevaron para donde una tía y cuando regresé ya habían pasado todo.
Pero lo de mi papá fue una pérdida muy grande porque había vivido con él y había visto el desarrollo de su liderazgo.
La gente se acercaba a mí para llegar a él. Fue muy duro saber la verdad; toda la gente se me acercaba para protegerme, pero no sabía lo que estaba pasando y precisamente por la lectura me enteré de su muerte.
Un día oí a mi abuela llorando y diciendo ¡Ahora son huérfanos de padre y madre! Y después escuché a un trabajador decir que mi papá era un difunto y esa palabra me sonó horrible y fui corriendo a la habitación y busqué su significado en el diccionario… de modo que me enteré por la lectura.
Lloré mucho sola porque sentía que me habían engañado y sentía mucho dolor por esa pérdida irreparable.
Yo tenía una relación muy estrecha con mi papá en el último año y medio y él era muy cariñoso y compartía muchísimo conmigo; me hablaba, me cantaba las canciones con las que había enamorado a mi madre. ¡A él yo lo estaba esperando y nunca más volvió, pero ninguno volvió; nuestras madres tampoco volvieron…
Afortunadamente tuvimos una gran familia. Mamá Chea no permitía que nadie nos mirara con lástima ni que guardáramos rencor porque decía que eso no sirve para nada, que no se podía construir nada en el pasado.
“Ustedes tienen que servir para crecer. Miren, las he roínas eran las Mirabal, ustedes tienen que demostrar que sirven, mientras tanto apréndase esto: el heroísmo no se hereda”.
Es importante recordar la historia. Abuela nos enseñó que había que mirar hacia delante, pero sin olvidar el pasado y decía: “ustedes tienen que estar consciente de donde vienen; esa memoria no les pertenece, ustedes no pueden ver esa memoria para servirse de ella, sino para cuidarla, solo de inspiración, solo para orientarse sobre lo correcto, jamás para aprovecharse de eso”, y así lo hemos hecho en nombre de nuestros muertos, en nombre de los muertos de la Patria.
Manolo Tavárez Mirabal
Cuando mataron a las muchachas yo tenía dos años: Uno a veces tiene un dilema y recuerdos que de tanto repetirse uno les ha puesto imágenes.
Nosotros llegamos a conocer a nuestra madre a través de mamá Chea, de Dedé y de Tonó, la mujer que nos crió y, sin embargo, las palabras de mi abuela Chea, de que la memoria de las Mirabal había que cuidarla con nuestras actuaciones, con nuestros hechos, nos marcó para siempre. Yo digo a veces, es dramático y desdeñable el suprimir las libertades.
Cuando tenía 8 ó 9 años pasé por un parque saliendo del colegio en Salcedo y un guardia dijo: “A esos hay que matarlos chiquitos...”.
En la época de Trujillo hubo tres destinos para la gente que se opuso al régimen: el destierro, el encierro o el entierro, y muchos se radicalizaron o era la única opción de toda esa generación de líderes que estaba dispuesta a todo.
Es un asunto de que no sólo la dictadura murió con Trujillo. La mayoría de esa gente quedó viva, enclavada en el país y quedaba el modelo de Trujillo funcionando.
Hasta el 1978 nosotros no podíamos ir al cementerio a llorar a nuestras madres en el aniversario de sus muertes porque estaba militarizado, porque la gente iba en masa y el gobierno temía que lo fueran a derrocar con eso. Cuando llegó la libertad todavía iba mucha gente, hacían filas para entrar al cementerio.
Después del 78 fue que se pudo vivir sin opresión.
No me siento orgulloso de que hayan matado a mis padres.
Respeto a lo que hicieron, pero a nadie le gusta que les maten a sus papás.
En mi caso, aunque uno tiene inclinaciones políticas a veces porque crecimos en un hogar político, uno lo piensa porque mucha gente quiere utilizarte y usar tus apellidos para levantar un partido y uno sin saber podría dar un paso en falso.
A veces la gente dice que no va a votar. No, debemos votar, por el menos malo, pero hay que decidir para que otro haga lo que quiera.
Yo no me he interesado por la política por temor a enjuiciar o manchar una memoria que no es la mía, sino la del país.
“Una historia muy triste”
Jacqueline Guzmán Mirabal
La única hija de María Teresa y de Leandro Guzmán, ambos apresados y éste último torturado en las cárceles de La 40 y La Victoria, guarda su historia en la mirada. Es la única de los hijos de las Mirabal que no tiene que decir nada porque el fondo de sus tristes ojos verdes lo dicen todo.
Ella no asistió a la cita con LISTÍN DIARIO porque se define una persona tímida y que no le gusta hablar ni rememorar la historia de su familia porque es muy triste, pero como sabe que tiene un compromiso con la sociedad envió su testimonio contestando las preguntas que le hicimos.
¿Cuándo te enteras de la muerte de tu madre?
Cuando muere mi madre yo tenía un año y 10 meses.
¿Cómo te enteras de la noticia, qué significó para tu mundo infantil y cuándo adquieres conciencia de la realidad?
A esa edad no tengo ningún recuerdo, según fueron pasando los años fui escuchando sobre la tragedia.
¿Cómo fue tu relación con tu padre, con doña Chea y tus primos?
En mi infancia mi papá estuvo en el exilio en México; cuando regresó nos visitábamos a menudo, luego tuve la oportunidad de trabajar con él por muchos años. Mamá Chea, el sostén de la familia, con su ejemplo creó la base de una formación digna.
Ella representa todo lo que somos, recuerdo que siempre decía: “LUCHAMOS POR LA IGUALDAD, PERO NO TODOS SOMOS IGUALES”.
Y respecto a mis primos, no son mis primos, son mis hermanos.
¿Crees que valió la pena que las Mirabal dieran la vida por la Patria?
Desde luego, si no, tú no estuvieras haciéndome estas preguntas. En una dictadura no se permite.
¿Si a ti te hubiese tocado vivir esa época hubieras actuado como tu mamá y como tu papá?
Hay que vivir el momento para saber cómo se reacciona.
¿Cómo es la relación que tienes con tus hijos y qué enseñanzas morales les has dado?
Les he enseñado lo mismo que mi mamá Dedé nos enseñó, para tener los mismos resultados que ella ha tenido con todos nosotros.
“El cambio fue muy brusco”
Noris Mercedes González Mirabal
Yo era una adolescente cuando mataron a las muchachas. Mi hermano Nelson y yo éramos los mayores. Él tenía 18 años y yo 16 y teníamos que cuidar de Raúl, que era el más pequeño y mami decía que era el “jefecito de nuestro querer”.
Yo correteaba detrás de él, pasábamos todo el día jugando, pero cuando llegaba la tarde en aquella casa oscura de ladrillos rojos, alumbrada por una lámpara, ¡qué tristeza...!, daba la sensación de soledad.
Era una situación muy difícil porque mamá Chea siempre estaba encerrada y apenas salía y muchos amigos nos visitaban, y nosotros no queríamos que se fueran para no quedarnos solos en esa penumbra.
Yo estaba en el colegio Concepción de La Vega y cuando estaba de vacaciones mi entretención era oír a escondidas para ver qué se estaba diciendo de nuestra madre y nuestras tías.
Mamá Chea no quería que oyéramos nada porque era peligroso y uno lo escuchaba a bajo volumen.
Yo vivía como Alicia en el país de las maravillas. ¡El cambio fue muy brusco!. Teníamos una prima muy parecida a Minerva y un día llegó desde Nueva York y Manolito dijo: “¡Llegó mami!”, imagínate cómo fue aquéllo … por varios años no se comentaba el asesinato de las muchachas.
Uno tiene recuerdos agradables y otros muy tristes.
Así pasaron los años. En la casa había una enciclopedia y leíamos mucho, pero la que más lo leía era Minou. Ella estaba conmigo en el colegio y era muy pequeñita y gordita.
Mamá Chea no quería que leyera tanto para que no se fuera a meter en cosas peligrosas, pero ella insistía y lo hacía por las noches, debajo del mosquitero con una lámpara de gas, y mamá siempre la descubría y se lo quitaba.
El manejo de las informaciones era como un cuento de terror. Mamá Chea decía “¡Ay mis hijos!, no se metan en política, acuérdense que ya nuestra familia pagó con sangre nuestra cuota política”.
Raúl González Mirabal
Cuando mami fue asesinada y las muchachas, yo tenía apenas un año y medio. Eso no llegó; la gente venía a las misas y llegaba con regalos, prin cipalmente para Manolo y Minou, y así pasaron nuestras infancias.
A veces nos tomaban fotos.
Estábamos Jacqueline, Minerva y Manolo y mamá Chea en la casa de ella y tenía un patio inmenso. Era como una fiesta y había que caminar mucho, para nosotros que estábamos chiquitos, para volver a la casa.
Fue una niñez muy bonita, todos juntos.
La información nos llegaba; uno no se daba cuenta de nada, solo por las personas cuando llegaban. Recuerdo que yo vivía donde mamá Chea, en 1963, y papá me tenía cargado en su pecho, hablando con Manolo en octubre o noviembre. Yo nací en el 1959. Yo los veía conversando angustiados y esa imagen no se borra de mi mente.
Mamá Chea no quería que nadie nos tuviera lástima y que no nos dijeran huérfanos.
Ella nos enseñó el valor del trabajo, nos ponía a recoger los granitos del cacao que se quedaban entre las piedras y los contábamos y echábamos en una funda; ella nos pagaba por eso para que viéramos de dónde sale el dinero.
Yo supe la realidad al paso del tiempo, como algo natural.
Nuestra abuela nos inculcó valores para que no fuéramos políticos. Ella decía que debíamos ser hombres de bien, nada más.
A mediados de la década de los 70, entre el 1975 y 1976, vivíamos bajo represión y hacían allanamientos con frecuencia en la casa de mamá, un día sí y un día no.
Mi papá estaba preso, tenía un colmado en Cabrera y mi mamá (Dedé) y Nelson, el hijo mayor de Patria, iban a vender plátanos allá y en el camino los guardias se los tumbaban del camión, sólo para fastidiarlos y después tenían que recoger todo aquéllo, ¡era una tortura!, y yo sabía todo eso.
En el 1965 también viví otro episodio trágico. En abril, cuando estalla la revolución, mi papá tenía una finca a la salida de San Francisco de Macorís y allí se escondieron unos revolucionarios que venían a apoyarlo: Díaz Moreno, Rodríguez Lazala, Sóstenes y Peña Jáquez.
Alguien los denunció y se los llevaron.
Los vecinos se lo informan a mi papá y tuvimos algunos inconvenientes en el camino, cuando llegamos, ya los habían ametrallado y yo los vi.
Ya yo tenía conciencia de lo que estaba pasando.
Había como 70 guardias en mi casa y la saquearon y se llevaron todo.
Yo tuve que irme a la casa de mamá Chea y mi papá se fue… no sabía para dónde, lo estaban buscando para matarlo, por guerrillero.
“El heroísmo no se hereda”
Jaime David Fernández Mirabal
Es difícil para mí… la historia de mi familia es trágica. Yo tenía cuatro años y no me percataba de lo que estaba pasando, más bien sentía un alivio porque empecé a tener hermanos.
Mis dos hermanos mayores vivían cada uno con una abuela para poder asistir en la escuela y yo estaba solo en la casa de mis padres. Cuando de repente llegan todos estos primos, pues yo feliz.
Nosotros fuimos educados, como dice Minou, mirando hacia el futuro, no como huérfanos de madres y tías. Mi abuela tenía dos medidas: trabajador y haragán y honrado y deshonesto y no había remedio que hacer lo que ella decía.
“El heroísmo no se hereda”, también nos decía.
“Ésas eran las muchachas”, ustedes tienen que construir sus vidas. Y Recordando eso, en 1990, cuando llegué a senador un tío me decía hay que construir un nombre político y por eso nunca acepté usar el apellido Mirabal para esos asuntos. Siempre fui Jaime David, porque si se empañaba mi nombre, no se empañaba el de la familia.
En aquella ocasión yo le dije a mi tío que ese apellido era un patrimonio de la sociedad dominicana. Todos en mi casa somos militantes del compromiso. A mamá Chea no le gustaba que estuviéramos en partidos, pero nos decía que había que asumir un compromiso, ésa era nuestra cultura.
La política es un compromiso y ella no educó por el compromiso, así es que la política es un ejercicio del compromiso.
Es el compromiso de evitar las desigualdades y cualquier tipo de dictadura.
A mí me preocupa el revestimiento de la dictadura.
Queremos reclamar derechos, pero no pretendemos cumplir deberes. En la dictadura de antes se cumplían los deberes y no se respetaban los derechos.
Me molesta la complicidad.
No es necesario empezar a sacar esas cosas, pero no se pueden olvidar. Me molesta cuando hay una persona sale a defender la dictadura….
Me pregunto, quién le sacaba las uñas a tío Manolo.
Hay que vivir como decía mi abuela, sin rencor, pero también sin olvido. Así nos educaron a nosotros.
Minerva Josefina Tavárez Mirabal
Yo tenía cuatro años cuando … Leía mucho no sé por qué, pero recuerdo que me había propuesto leer todos los libros que habían quedado en el librero de la casa de mi abuela, porque los que mi mamá tenía en su casa de casada, en Monte Cristi, fueron todos destruidos. Algunos yo no entendía lo que decían, pero igual los leía y en el mismo orden en que mi mamá los había dejado colocados.
La lectura la cultivé con mi tío Leandro Guzmán cuando estaba escondido y dormía fuera de la casa. Se había caído una amapola y él se metía ahí y yo le leía el libro Enriquillo. Él me decía “mi paloma negra” y yo le leía todos los días. Ése era mi entretenimiento.
Cuando mataron a mi papá yo tenía siete años. De la muerte de mi mamá sólo recuerdo que yo percibía que en mi casa había una gran tristeza; a mí me llevaron para donde una tía y cuando regresé ya habían pasado todo.
Pero lo de mi papá fue una pérdida muy grande porque había vivido con él y había visto el desarrollo de su liderazgo.
La gente se acercaba a mí para llegar a él. Fue muy duro saber la verdad; toda la gente se me acercaba para protegerme, pero no sabía lo que estaba pasando y precisamente por la lectura me enteré de su muerte.
Un día oí a mi abuela llorando y diciendo ¡Ahora son huérfanos de padre y madre! Y después escuché a un trabajador decir que mi papá era un difunto y esa palabra me sonó horrible y fui corriendo a la habitación y busqué su significado en el diccionario… de modo que me enteré por la lectura.
Lloré mucho sola porque sentía que me habían engañado y sentía mucho dolor por esa pérdida irreparable.
Yo tenía una relación muy estrecha con mi papá en el último año y medio y él era muy cariñoso y compartía muchísimo conmigo; me hablaba, me cantaba las canciones con las que había enamorado a mi madre. ¡A él yo lo estaba esperando y nunca más volvió, pero ninguno volvió; nuestras madres tampoco volvieron…
Afortunadamente tuvimos una gran familia. Mamá Chea no permitía que nadie nos mirara con lástima ni que guardáramos rencor porque decía que eso no sirve para nada, que no se podía construir nada en el pasado.
“Ustedes tienen que servir para crecer. Miren, las he roínas eran las Mirabal, ustedes tienen que demostrar que sirven, mientras tanto apréndase esto: el heroísmo no se hereda”.
Es importante recordar la historia. Abuela nos enseñó que había que mirar hacia delante, pero sin olvidar el pasado y decía: “ustedes tienen que estar consciente de donde vienen; esa memoria no les pertenece, ustedes no pueden ver esa memoria para servirse de ella, sino para cuidarla, solo de inspiración, solo para orientarse sobre lo correcto, jamás para aprovecharse de eso”, y así lo hemos hecho en nombre de nuestros muertos, en nombre de los muertos de la Patria.
Manolo Tavárez Mirabal
Cuando mataron a las muchachas yo tenía dos años: Uno a veces tiene un dilema y recuerdos que de tanto repetirse uno les ha puesto imágenes.
Nosotros llegamos a conocer a nuestra madre a través de mamá Chea, de Dedé y de Tonó, la mujer que nos crió y, sin embargo, las palabras de mi abuela Chea, de que la memoria de las Mirabal había que cuidarla con nuestras actuaciones, con nuestros hechos, nos marcó para siempre. Yo digo a veces, es dramático y desdeñable el suprimir las libertades.
Cuando tenía 8 ó 9 años pasé por un parque saliendo del colegio en Salcedo y un guardia dijo: “A esos hay que matarlos chiquitos...”.
En la época de Trujillo hubo tres destinos para la gente que se opuso al régimen: el destierro, el encierro o el entierro, y muchos se radicalizaron o era la única opción de toda esa generación de líderes que estaba dispuesta a todo.
Es un asunto de que no sólo la dictadura murió con Trujillo. La mayoría de esa gente quedó viva, enclavada en el país y quedaba el modelo de Trujillo funcionando.
Hasta el 1978 nosotros no podíamos ir al cementerio a llorar a nuestras madres en el aniversario de sus muertes porque estaba militarizado, porque la gente iba en masa y el gobierno temía que lo fueran a derrocar con eso. Cuando llegó la libertad todavía iba mucha gente, hacían filas para entrar al cementerio.
Después del 78 fue que se pudo vivir sin opresión.
No me siento orgulloso de que hayan matado a mis padres.
Respeto a lo que hicieron, pero a nadie le gusta que les maten a sus papás.
En mi caso, aunque uno tiene inclinaciones políticas a veces porque crecimos en un hogar político, uno lo piensa porque mucha gente quiere utilizarte y usar tus apellidos para levantar un partido y uno sin saber podría dar un paso en falso.
A veces la gente dice que no va a votar. No, debemos votar, por el menos malo, pero hay que decidir para que otro haga lo que quiera.
Yo no me he interesado por la política por temor a enjuiciar o manchar una memoria que no es la mía, sino la del país.
“Una historia muy triste”
Jacqueline Guzmán Mirabal
La única hija de María Teresa y de Leandro Guzmán, ambos apresados y éste último torturado en las cárceles de La 40 y La Victoria, guarda su historia en la mirada. Es la única de los hijos de las Mirabal que no tiene que decir nada porque el fondo de sus tristes ojos verdes lo dicen todo.
Ella no asistió a la cita con LISTÍN DIARIO porque se define una persona tímida y que no le gusta hablar ni rememorar la historia de su familia porque es muy triste, pero como sabe que tiene un compromiso con la sociedad envió su testimonio contestando las preguntas que le hicimos.
¿Cuándo te enteras de la muerte de tu madre?
Cuando muere mi madre yo tenía un año y 10 meses.
¿Cómo te enteras de la noticia, qué significó para tu mundo infantil y cuándo adquieres conciencia de la realidad?
A esa edad no tengo ningún recuerdo, según fueron pasando los años fui escuchando sobre la tragedia.
¿Cómo fue tu relación con tu padre, con doña Chea y tus primos?
En mi infancia mi papá estuvo en el exilio en México; cuando regresó nos visitábamos a menudo, luego tuve la oportunidad de trabajar con él por muchos años. Mamá Chea, el sostén de la familia, con su ejemplo creó la base de una formación digna.
Ella representa todo lo que somos, recuerdo que siempre decía: “LUCHAMOS POR LA IGUALDAD, PERO NO TODOS SOMOS IGUALES”.
Y respecto a mis primos, no son mis primos, son mis hermanos.
¿Crees que valió la pena que las Mirabal dieran la vida por la Patria?
Desde luego, si no, tú no estuvieras haciéndome estas preguntas. En una dictadura no se permite.
¿Si a ti te hubiese tocado vivir esa época hubieras actuado como tu mamá y como tu papá?
Hay que vivir el momento para saber cómo se reacciona.
¿Cómo es la relación que tienes con tus hijos y qué enseñanzas morales les has dado?
Les he enseñado lo mismo que mi mamá Dedé nos enseñó, para tener los mismos resultados que ella ha tenido con todos nosotros.
“El cambio fue muy brusco”
Noris Mercedes González Mirabal
Yo era una adolescente cuando mataron a las muchachas. Mi hermano Nelson y yo éramos los mayores. Él tenía 18 años y yo 16 y teníamos que cuidar de Raúl, que era el más pequeño y mami decía que era el “jefecito de nuestro querer”.
Yo correteaba detrás de él, pasábamos todo el día jugando, pero cuando llegaba la tarde en aquella casa oscura de ladrillos rojos, alumbrada por una lámpara, ¡qué tristeza...!, daba la sensación de soledad.
Era una situación muy difícil porque mamá Chea siempre estaba encerrada y apenas salía y muchos amigos nos visitaban, y nosotros no queríamos que se fueran para no quedarnos solos en esa penumbra.
Yo estaba en el colegio Concepción de La Vega y cuando estaba de vacaciones mi entretención era oír a escondidas para ver qué se estaba diciendo de nuestra madre y nuestras tías.
Mamá Chea no quería que oyéramos nada porque era peligroso y uno lo escuchaba a bajo volumen.
Yo vivía como Alicia en el país de las maravillas. ¡El cambio fue muy brusco!. Teníamos una prima muy parecida a Minerva y un día llegó desde Nueva York y Manolito dijo: “¡Llegó mami!”, imagínate cómo fue aquéllo … por varios años no se comentaba el asesinato de las muchachas.
Uno tiene recuerdos agradables y otros muy tristes.
Así pasaron los años. En la casa había una enciclopedia y leíamos mucho, pero la que más lo leía era Minou. Ella estaba conmigo en el colegio y era muy pequeñita y gordita.
Mamá Chea no quería que leyera tanto para que no se fuera a meter en cosas peligrosas, pero ella insistía y lo hacía por las noches, debajo del mosquitero con una lámpara de gas, y mamá siempre la descubría y se lo quitaba.
El manejo de las informaciones era como un cuento de terror. Mamá Chea decía “¡Ay mis hijos!, no se metan en política, acuérdense que ya nuestra familia pagó con sangre nuestra cuota política”.
Raúl González Mirabal
Cuando mami fue asesinada y las muchachas, yo tenía apenas un año y medio. Eso no llegó; la gente venía a las misas y llegaba con regalos, prin cipalmente para Manolo y Minou, y así pasaron nuestras infancias.
A veces nos tomaban fotos.
Estábamos Jacqueline, Minerva y Manolo y mamá Chea en la casa de ella y tenía un patio inmenso. Era como una fiesta y había que caminar mucho, para nosotros que estábamos chiquitos, para volver a la casa.
Fue una niñez muy bonita, todos juntos.
La información nos llegaba; uno no se daba cuenta de nada, solo por las personas cuando llegaban. Recuerdo que yo vivía donde mamá Chea, en 1963, y papá me tenía cargado en su pecho, hablando con Manolo en octubre o noviembre. Yo nací en el 1959. Yo los veía conversando angustiados y esa imagen no se borra de mi mente.
Mamá Chea no quería que nadie nos tuviera lástima y que no nos dijeran huérfanos.
Ella nos enseñó el valor del trabajo, nos ponía a recoger los granitos del cacao que se quedaban entre las piedras y los contábamos y echábamos en una funda; ella nos pagaba por eso para que viéramos de dónde sale el dinero.
Yo supe la realidad al paso del tiempo, como algo natural.
Nuestra abuela nos inculcó valores para que no fuéramos políticos. Ella decía que debíamos ser hombres de bien, nada más.
A mediados de la década de los 70, entre el 1975 y 1976, vivíamos bajo represión y hacían allanamientos con frecuencia en la casa de mamá, un día sí y un día no.
Mi papá estaba preso, tenía un colmado en Cabrera y mi mamá (Dedé) y Nelson, el hijo mayor de Patria, iban a vender plátanos allá y en el camino los guardias se los tumbaban del camión, sólo para fastidiarlos y después tenían que recoger todo aquéllo, ¡era una tortura!, y yo sabía todo eso.
En el 1965 también viví otro episodio trágico. En abril, cuando estalla la revolución, mi papá tenía una finca a la salida de San Francisco de Macorís y allí se escondieron unos revolucionarios que venían a apoyarlo: Díaz Moreno, Rodríguez Lazala, Sóstenes y Peña Jáquez.
Alguien los denunció y se los llevaron.
Los vecinos se lo informan a mi papá y tuvimos algunos inconvenientes en el camino, cuando llegamos, ya los habían ametrallado y yo los vi.
Ya yo tenía conciencia de lo que estaba pasando.
Había como 70 guardias en mi casa y la saquearon y se llevaron todo.
Yo tuve que irme a la casa de mamá Chea y mi papá se fue… no sabía para dónde, lo estaban buscando para matarlo, por guerrillero.
“El heroísmo no se hereda”
Jaime David Fernández Mirabal
Es difícil para mí… la historia de mi familia es trágica. Yo tenía cuatro años y no me percataba de lo que estaba pasando, más bien sentía un alivio porque empecé a tener hermanos.
Mis dos hermanos mayores vivían cada uno con una abuela para poder asistir en la escuela y yo estaba solo en la casa de mis padres. Cuando de repente llegan todos estos primos, pues yo feliz.
Nosotros fuimos educados, como dice Minou, mirando hacia el futuro, no como huérfanos de madres y tías. Mi abuela tenía dos medidas: trabajador y haragán y honrado y deshonesto y no había remedio que hacer lo que ella decía.
“El heroísmo no se hereda”, también nos decía.
“Ésas eran las muchachas”, ustedes tienen que construir sus vidas. Y Recordando eso, en 1990, cuando llegué a senador un tío me decía hay que construir un nombre político y por eso nunca acepté usar el apellido Mirabal para esos asuntos. Siempre fui Jaime David, porque si se empañaba mi nombre, no se empañaba el de la familia.
En aquella ocasión yo le dije a mi tío que ese apellido era un patrimonio de la sociedad dominicana. Todos en mi casa somos militantes del compromiso. A mamá Chea no le gustaba que estuviéramos en partidos, pero nos decía que había que asumir un compromiso, ésa era nuestra cultura.
La política es un compromiso y ella no educó por el compromiso, así es que la política es un ejercicio del compromiso.
Es el compromiso de evitar las desigualdades y cualquier tipo de dictadura.
A mí me preocupa el revestimiento de la dictadura.
Queremos reclamar derechos, pero no pretendemos cumplir deberes. En la dictadura de antes se cumplían los deberes y no se respetaban los derechos.
Me molesta la complicidad.
No es necesario empezar a sacar esas cosas, pero no se pueden olvidar. Me molesta cuando hay una persona sale a defender la dictadura….
Me pregunto, quién le sacaba las uñas a tío Manolo.
Hay que vivir como decía mi abuela, sin rencor, pero también sin olvido. Así nos educaron a nosotros.